Dentro de las principales actividades relativas al hecho de ser madre, o mejor expresado, a la relación madre-hijo/a, se incluyen la socialización de los niños (transmisión de valores, costumbres, creencias, ideología), procesamiento de alimentos, limpieza de la vivienda, higiene de los menores, cuidado de su salud y todos los cuidados físicos y emocionales que requiere cualquier ser humano para poder relacionarse en un contexto social. Inclusive se sabe que la mujer ha ejercido como “médico del hogar” como parte de su ejercicio de la maternidad en el interior de la unidad doméstica, gracias a un “sentido común especializado”.
Es por medio de estas actividades que se va reforzando en los individuos la concepción de pertenecer a un lugar, de seguridad y estabilidad que la figura materna brinda, y se refuerzan los lazos familiares que permiten desarrollar la suficiente seguridad en sí mismo para establecer posteriormente, por sí mismo, contactos exitosos con otros.
Siempre se ha planteado la cuestión de “¿Y quién nos enseña a ser madre?”; la mayoría de las mujeres aprenden lo que significa la maternidad a través de la manera en que sus propias madres las trataron cuando eran niñas, de la actitud que adopta la sociedad frente a la responsabilidad maternal y sus experiencias personales. Definitivamente el papel de la madre varía de acuerdo con las costumbres y modalidades de cada pueblo; por ejemplo vemos que en nuestro medio nos parece natural que todas o casi todas las tareas relacionadas con la educación y con la satisfacción de las necesidades de los niños, se hallen a cargo de la madre; pero no acontece lo mismo en otras culturas.
En nuestro medio las madres están sometidas a exigencias contradictorias ya que por ejemplo, la madre que insiste en permanecer enteramente dedicada al cuidado de los hijos, puede ser tachada de anticuada y sobreprotectora; mientras que si decide buscar alguna ocupación fuera de la casa, no faltará quien diga que ella ha dejado de ser una “verdadera madre”.
Siempre se ha planteado la cuestión de “¿Y quién nos enseña a ser madre?”; la mayoría de las mujeres aprenden lo que significa la maternidad a través de la manera en que sus propias madres las trataron cuando eran niñas, de la actitud que adopta la sociedad frente a la responsabilidad maternal y sus experiencias personales. Definitivamente el papel de la madre varía de acuerdo con las costumbres y modalidades de cada pueblo; por ejemplo vemos que en nuestro medio nos parece natural que todas o casi todas las tareas relacionadas con la educación y con la satisfacción de las necesidades de los niños, se hallen a cargo de la madre; pero no acontece lo mismo en otras culturas.
En nuestro medio las madres están sometidas a exigencias contradictorias ya que por ejemplo, la madre que insiste en permanecer enteramente dedicada al cuidado de los hijos, puede ser tachada de anticuada y sobreprotectora; mientras que si decide buscar alguna ocupación fuera de la casa, no faltará quien diga que ella ha dejado de ser una “verdadera madre”.
Toda mujer que trabaja sabe lo difícil que es conciliar sus compromisos extrahogareños con el papel que se espera que ella desempeñe en relación con sus hijos.
Cuenta únicamente con 24 horas para dormir, comer, trabajar, cocinar, atender la casa, revisar tareas y realizar un sin número de actividades obligatorias; si logra mantener intereses y actividades ajenas a la rutina doméstica, tiene más probabilidades de poder acompañar el desarrollo de sus hijos sin experimentar conflictos.
Mamás de mamás...
Hablábamos al principio que en la mayoría de los casos se aprende a ser madre por la forma como la madre de cada quién se comportó; pero qué sucede con la relación madre-hija cuando la hija es madre por primera vez?
Normalmente una mujer joven es vista como adulta únicamente cuando tiene un hijo propio; es entonces cuando las relaciones entre madres e hijas dejan de ser únicamente de amor, para convertirse también en relaciones de mando y dirección, pero también de entendimiento mutuo y de comunicación a un mismo nivel. Normalmente el convertirse en madre da a las jóvenes mujeres la autoridad para hablar con su madre de temas que antes no tenían permitido; ubicándolas al mismo nivel y conociendo detalles y vivencias de su madre que antes no compartían. Ahora pueden opinar sobre cosas de mujeres adultas, lo que antes no era posible.
No es raro que la nueva abuela quiera intervenir en la crianza y cuidado de los nietos, tratando de influenciar y hasta decidir cosas que corresponden únicamente a los padres, posiblemente porque no logran visualizar a su hija como una “adulta”, la siguen viendo como una niña y no confían en su criterio ni capacidad. Pero es necesario recordar que todas fueron en su momento madres por primera vez y cometieron los mismos errores y desatinos que sus hijas han de cometer en su momento, pero no corresponde a la abuela el tratar de evitar esos errores, sino más bien el orientar con amor por medio de la experiencia adquirida pero recordando que cada situación es diferente; de esta forma se fortalecerá el vínculo madre-hija y la nueva madre se sentirá apoyada pero no juzgada.
Hablábamos al principio que en la mayoría de los casos se aprende a ser madre por la forma como la madre de cada quién se comportó; pero qué sucede con la relación madre-hija cuando la hija es madre por primera vez?
Normalmente una mujer joven es vista como adulta únicamente cuando tiene un hijo propio; es entonces cuando las relaciones entre madres e hijas dejan de ser únicamente de amor, para convertirse también en relaciones de mando y dirección, pero también de entendimiento mutuo y de comunicación a un mismo nivel. Normalmente el convertirse en madre da a las jóvenes mujeres la autoridad para hablar con su madre de temas que antes no tenían permitido; ubicándolas al mismo nivel y conociendo detalles y vivencias de su madre que antes no compartían. Ahora pueden opinar sobre cosas de mujeres adultas, lo que antes no era posible.
No es raro que la nueva abuela quiera intervenir en la crianza y cuidado de los nietos, tratando de influenciar y hasta decidir cosas que corresponden únicamente a los padres, posiblemente porque no logran visualizar a su hija como una “adulta”, la siguen viendo como una niña y no confían en su criterio ni capacidad. Pero es necesario recordar que todas fueron en su momento madres por primera vez y cometieron los mismos errores y desatinos que sus hijas han de cometer en su momento, pero no corresponde a la abuela el tratar de evitar esos errores, sino más bien el orientar con amor por medio de la experiencia adquirida pero recordando que cada situación es diferente; de esta forma se fortalecerá el vínculo madre-hija y la nueva madre se sentirá apoyada pero no juzgada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario